La tormenta era tan grande, que los marineros–seguro expertos en navegar en medio de tormentas y mares embravecidos–estaban espantados y pensaban que quizás no verían un día más. Ellos estaban haciendo todo lo posible para poder salvarse.
El capitán de los marineros, al ver dormido a alguien en la bodega del barco, lo levanta y le dice que empezara a clamar a su dios también.
Luego de arrojar al mar la carga del barco para aligerarlo, y luego de clamar a sus dioses–aunque no se sabe si el durmiente clamo a su dios–decidieron también echar suertes, que era un método para decidir quien de todos era responsable por lo que estaba ocurriendo, y la suerte le cayo a nada más y nada menos que al durmiente.
Los marineros cuestionan al durmiente sobre su identidad y de qué pueblo era, y la respuesta del durmiente los atemorizo.
Esto es lo que estaba sucediendo en el siguiente versículo de la historia de Jonás:
Los hombres se atemorizaron en gran manera y le dijeron: «¿Qué es esto que has hecho?» (Jonás 1:10a, NBLA)
Jonás les había dicho a los marineros que él creía en el Dios del cielo, el que había creado el mar y la tierra. Los dioses de los marineros probablemente eran deidades locales y cuyo poder era limitado, pero no el Dios de Jonás.
Este Dios era tan grande como para residir en el cielo y tan poderoso como para crear tanto el mar como la tierra. No solo eso, sino que el Dios de Jonás también había traído esta gran tormenta. Una tormenta tan grande que prometía acabar con ellos.
Jonás también les había dicho a los marineros que él estaba huyendo de la presencia de Dios.
Porque ellos sabían que él huía de la presencia del Señor, por lo que él les había declarado. (Jonás 1:10b, NBLA)
Fue por esto que los marineros no podían creer lo que Jonás estaba haciendo y las decisiones–o reacciones, mejor dicho–que estaba tomando. Todos estaban a punto de perecer en medio del mar y era por la culpa de Jonás. No era por nada que los marineros habían hecho, sino por lo que Jonás estaba haciendo.
Dios había enviado la gran tormenta y los marineros pudieron ser testigos de la demostración del gran poder de Dios sobre Su creación. Solo un Dios misericordioso los podía salvar de esta tormenta.
Y así fue.